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La Fotoagüita

Proyecto de recuperación, difusión y vivencia de uno de los oficios fotográficos.

Este es un proyecto fotográfico que tiene como propósito la sociabilización de uno de los procesos artísticos y populares que tuvo su auge a finales del siglo xix y principios del xx.

Fueron nombrados de diferentes formas: fotógrafos minuteros (por la entrega de la fotografía en minutos), fotógrafos de plaza (por el lugar donde se ubicaban), fotógrafos ambulante (porque iban de un lado a otro), chasiretes (porque utilizaban lentes de chasiretes), lengüeteros (porque utilizaban un brazo, tipo lengua para hacer el positivo), retrateros (porque realizaban un retrato), fotógrafos de cajón (porque su cámara era una caja), lambe lambe en Brasil (porque lambian el sobre de la fotografía), fotoagüita en Colombia (porque entregaban una fotografía mojada). 

La Fotoagüita, una cámara y laboratorio al mismo tiempo, se convirtió en una maquina protagonista de las plazas, los puentes, los monumentos, las iglesias y los parques.

 

Su pequeña estructura le permitía a los fotógrafos desplazarse con gran facilidad, deambulando por cada uno de los lugares y siendo un punto de encuentro de enamorados, de amigos, de familias, de solteros y de extraños para llevarse un recuerdo.

Algunas de las cámaras fueron realizadas de manera artesanal, guiados por los prototipos ya existentes y por una revista de este tiempo llamada Hobbyt, donde se explicaba paso a paso la construcción de una cámara minutera, y su trípode.

Los retratos se realizan por medio de un proceso fotográfico analógico o canónico, donde se manipula papel fotosensible en blanco y negro y químicos que revelan y fijan la imagen final.

 

Todo este proceso de revelado se realiza mientras el retratado espera observando al fotógrafo, quien con una de sus manos introducidas en la cámara termina dicho proceso.

Este es un momento de misterio e incertidumbre, porque el retratado en muchas ocasiones desconoce qué es lo que esta sucediendo en esos minutos.

 

Una experiencia que nos cuestiona en estos tiempos, en donde la fotografía digital acelera la ansiedad por ver el resultado y en donde el tiempo se va en miles de obturaciones y pocos recuerdos vividos.

El ritual de la fotoagüita comienza desde el momento en que el transeúnte observa la cámara y se pregunta ¿qué es esa caja?. Allí, la experiencia que se permita vivir depende de ellos, convirtiéndose para los demás en todo un espectáculo.

La interacción constante entre el fotógrafo y los transeúntes es maravillosa, porque van tejiendo relatos de vida que enriquecen el oficio del fotógrafo. Permitiendo de nuevo en la contemporaneidad, comenzar un proceso de recuperación, difusión y vivencia de este oficio que ha quedado en el recuerdo de algún álbum archivado.

La fotografía minutera desaparece principios del siglo xx, en el momento en que surge la Polaroid, una fotografía instantánea a color, que despierta el deseo de todos.

La fotoagüita, es un proceso artístico que acoge y construye experiencias durante unos pocos minutos y entrega un recuerdo para toda la vida. 

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